lunes, 1 de diciembre de 2008

Primer Hogar de Aizenberg




Casa donde Roberto Aizenberg pasó sus primeros años de vida en Federal, Entre Ríos. Ahora es un gimnasio.

Exposición en Galería Ruth Benzacar Octubre 2008


Fotos Daniel Kiblisky

AIZENBERG

Por Victoria Verlichak

Constelaciones de imágenes en AIZENBERG, inusual muestra que invita a asomarse a ciertas visiones del proceso de producción de Roberto Aizenberg (1928-1996), inaugurando umbrales fuera del tiempo y de territorios conocidos. Inclasificable –con improntas metafísicas, desarrollos surrealistas, geometrías líricas–, el artista construye una obra notable también por lo circular.

Indicios que se conectan, la sucesión de diseños que discurren entre la figuración y la abstracción y que acompañan la reunión de dibujos y óleos, ofrecen al espectador la ilusión de poder adivinar el pensamiento del artista. Ensueño improbable, él se asume como “transductor”, como instrumento de recepción y transmisión de información. Aun cuando subrayan diversas síntesis y énfasis, las piezas traslucen y provocan una sensación de permanente y prodigioso asombro.

Las imágenes desplegadas señalan la inexistencia de etapas en las expresiones del artista y, mayormente, exhiben huellas de vínculos entre ellas antes que escenarios y argumentos discernibles. Es que Aizenberg dibuja y pinta ideas y revelaciones, intentando captar el imperceptible estremecimiento del universo. La imposibilidad de aislar un único significado es lo que ahonda el continuo y renovado misterio de su producción, capaz de suscitar la reverente admiración que surge de lo bello.

Por momentos, hasta es imposible distinguir hacia dónde va la línea, puesto que la utiliza como elemento independiente tanto como límite para el color, mientras que el negro resuelve el problema de la profundidad de las figuras, del volumen de los fragmentos y formas facetadas. Como en De Chirico, la sombra es un elemento decisivo en su pintura.

Trabaja hasta la perfección cada una de sus piezas, no las abandona hasta no lograr encandilar. La refinada factura de sus trabajos, sin desbordes ni estridencias, es producto de un proceso de paciente construcción y depuración que sosiega la sinrazón y el azar que brotan en sus dibujos automáticos, en los que se perciben tanto el trazo que persigue quimeras, proyecta insólitas anatomías y parejas desparejas, como el que dispara una sucesión de líneas rígidas o danzantes.

La propia demanda de belleza y el cuidado casi obsesivo de las realizaciones parecen refutar el proclamado uso del “automatismo”, su método de indagación. En su pintura, pero también en muchos de sus dibujos, la sensación es diametralmente opuesta; todo parece estar controlado. Consciente de esta contradicción, Aizenberg explica que con Batlle Planas aprendió tempranamente a “saber perder…, a desechar esas imágenes seductoras que surgen a menudo en la práctica automática y que no son ni esenciales ni profundas”.

El proceso de un cuadro de Aizenberg es extenso, prueba de ello son los bocetos pequeños que luego amplía a un tamaño grande, al principio de su trayectoria usando la cuadrícula y luego un proyector.

Aizenberg considera a los dibujos como su “reserva intelectual”. En ellos independiza el gesto y hace converger una serie de imágenes que, multiplicadas y resignificadas, enmascaradas o evidentes, constituyen gran parte de la iconografía que el artista utiliza una y otra vez. Los motivos y apariencias que reinventa obsesiva y lúcidamente aparecen como piezas de un fantástico rompecabezas que suelen transmutarse en pinturas, dibujos, collages y esculturas, habitualmente enmarcadas en una atmósfera metafísica.

Abrazadas por extraordinarios cielos o suspendidas en un vacío infinito, bañadas por una luz transparente, las obras frecuentan el enigma y bucean en mundos herméticos, gozosamente bellos y desoladoramente impenetrables, confirmando que, como escribe Dawn Ades*, “Roberto Aizenberg fue uno de los grandes artistas de la Argentina del siglo XX, formó parte de su historia; pero ése no debe ser su único reconocimiento. Su lugar está en la historia global del arte del siglo XX”.



* AIZENBERG, Victoria Verlichak, prólogo de Dawn Ades. Fotos del archivo del artista y obras seleccionadas por Silvia Bloise, conservadora del acervo Aizenberg. Buenos Aires, Argentina, 2007.